Actualmente hay en el mundo unos 1.200 millones de jóvenes, de edades comprendidas entre los 15 y los 24 años y que constituyen el 17% de la población mundial. Como ha indicado la Organización Internacional del Trabajo en repetidas ocasiones, “están llamados a prestar una contribución importante como trabajadores productivos, empresarios, consumidores, ciudadanos,

miembros de la sociedad civil y agentes del cambio. Su energía y capacidad de innovación son recursos inestimables que ningún país puede permitirse desperdiciar”

Sin embargo, necesitan un apoyo social decidido para conseguirlo, porque “son también extremadamente vulnerables. Afrontan un alto grado de incertidumbre económica y social. Con
demasiada frecuencia, no se aprovechan todas sus potencialidades porque no tienen acceso a

empleos productivos y decentes”

La situación a la que nos ha conducido la crisis financiera puede resumirse diciendo que “más
de un tercio de los jóvenes del mundo están desempleados, han desistido de buscar trabajo
(desmoralizados) o tienen un empleo que les obliga a vivir por debajo de la línea de pobreza de
2 dólares diarios (los ‘working poor’)”

Como ha señalado un reciente ‘Employment Outlook’ de la OCDE, “el desempleo es un factor de riesgo nuclear para los jóvenes, que amenaza su integración global en la sociedad a largo plazo”.


Los informes de la OIT también han revelado que existe un vínculo comprobado entre el desempleo

juvenil y la exclusión social. “La incapacidad de encontrar empleo genera una sensación  de inutilidad y ociosidad entre los jóvenes, y puede elevar los índices de criminalidad,problemas de salud mental, violencia, conflictos y consumo de drogas”

En ese sentido, la ausencia de responsabilidades profesionales y familiares, la falta de motivación

para comportarse correctamente y el exceso de tiempo libre se convierten en un cóctel explosivo que facilita un comportamiento irregular, por lo que algunos estudios relacionan el aumento del desempleo con el de los delitos, especialmente los que atentan a la propiedad y los relacionados con el tráfico de drogas, con la consiguiente pérdida de futuro para los que los cometen.

Esa tendencia indica que no se trata sólo de un problema de indigencia material. De hecho, la exclusión social se atribuye cada vez más a factores de otra naturaleza. “Aunque los ingresos y el patrimonio siguen siendo elementos clave a la hora de considerar lo que contribuye al bienestar
de los menores, la exclusión social no se refiere principalmente a ellos –ni a la discapacidad–,
sino más bien a todo un abanico de capacidades que se disfrutan o se sufren”

Se puede decir así que ha surgido un concepto más amplio. “Hay una nueva exclusión que se refiere a las vidas, a la comprensión y a la atención de los demás”